UN PAPA QUE RÍE E ILUMINA A LA IGLESIA

La imagen refrescante de Francisco.
Es refrescante ver a un Papa que ríe. Que lo hace con quienes conoce y no conoce, con viejos y jóvenes, con mujeres y con hombres. Que ríe abiertamente y sin complejos. Y es capaz de plantar un beso en la mejilla de una compatriota, aunque sea jefa de Estado.

Ha habido y sigue habiendo demasiada tristeza en la religión católica, demasiados rictus de sufrimiento en los santos y los mártires, demasiadas madres dolorosas en los templos, demasiados cristos crucificados o yacentes con la herida de la lanza en el costado.

Es cierto que la fe, además de dar lugar a los más horrendos crímenes e inquisiciones de la historia, ha inspirado en otros momentos auténticas obras maestras: maravillosas crucifixiones como las de Grünewald, Van der Weyden o Massaccio, visiones místicas como las de El Greco o poemas alegóricos como el de Dante.

Y, sin embargo, necesitamos hoy más que nunca una religión de vida, que no de sufrimiento y muerte, aunque esta última sea -ya lo sabemos- nuestro destino. «Ser para la muerte», que dijo el filósofo de la Selva Negra.

Resulta tranquilizador ver a un Papa que reniega del fasto inherente a su cargo, que prefiere ser simple pastor a príncipe de la Iglesia, que renuncia a coches blindados y a quien no sorprendería incluso verle dándose una vuelta por Roma en bicicleta, si le dejaran.

Es reconfortante, lo mismo para el creyente que para quien no lo es, ver a un Papa que no duda en cantarles las verdades a quienes le rodean, que saca de su zona de confort a quienes estaban demasiado acostumbrados a la opacidad, la burocracia y los oscuros vicios vaticanos.

Un Papa que prefiere encontrarse un día con inmigrantes en la isla italiana de Lampedusa o visitar a enfermos o reclusos en lugar de rodearse de gobernantes y potentados. Un Papa que se pregunta humildemente quién es él para juzgar a un «gay».

No es de extrañar que este Papa no parezca gustar demasiado a nuestra jerarquía, preocupada como está por anatemizar el aborto y el matrimonio homosexual y mantener sus privilegios en la enseñanza. Una jerarquía hosca, adusta, que no ríe como el Papa Francisco y que no deja de amenazarnos con el fuego eterno.

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