ZAPATERO UNA DESGRACIA PARA ESPAÑA

 José Luis Rodríguez Zapatero no solo fue un pésimo presidente. Fue y sigue siendo una figura tóxica para la democracia española, un ideólogo del enfrentamiento, un experto en manipular emociones para dividir al país, y ahora, el cerebro en la sombra de un Gobierno indigno, dirigido por un Pedro Sánchez que ha vendido principios, instituciones y hasta la ley con tal de mantenerse en el poder.

El hombre que hundió a España. Zapatero no dejó un legado. Dejó ruinas.

Cuando estalló la crisis de 2008, él todavía hablaba de "desaceleración transitoria", negando la evidencia mientras miles de empresas cerraban y millones de españoles perdían su empleo. El paro superó el 20%, el déficit se disparó y España quedó al borde de ser rescatada. Lo fue de forma encubierta: congelación de pensiones, bajada de sueldos a los funcionarios y recortes a toda velocidad. El "Estado del bienestar" que decía defender lo dinamitó él mismo. Todo, mientras decía que teníamos "la mejor banca del mundo"... hasta que hubo que rescatarla.

La fábrica de odio: Zapatero no solo destrozó la economía. Encendió fuegos sociales que todavía arden. Fue el inventor de la política del enfrentamiento sistemático: rojos contra azules, hombres contra mujeres, víctimas del franquismo contra el olvido, catalanes contra españoles.

Lo vistió todo de "progreso" y "memoria", pero, en realidad, sembró odio, fractura y resentimiento. Su famosa Ley de Memoria Histórica no fue una reparación: fue una bomba política para dividir a los españoles y reescribir la historia a su antojo.

Usó el feminismo como ariete ideológico no para lograr la igualdad real, sino para instrumentalizar el discurso de género con fines políticos. No unió: separó. No avanzó: enfrentó.

El titiritero del sanchismo. Lo peor de todo es que no se fue. Sigue ahí. No contento con haber arruinado un país, ahora maneja los hilos desde la sombra, como mentor y legitimador del proyecto más indigno que ha pisado la Moncloa.

Pedro Sánchez no sería posible sin Zapatero. Y la deriva del PSOE hacia los pactos con Bildu, la sumisión al separatismo catalán, la destrucción del Estado de derecho y la amnistía infame a los golpistas de 2017 tienen su origen en la forma de entender la política que él impuso: el poder lo justifica todo, incluso pisotear la Constitución.

Zapatero aplaude, defiende y justifica cada traición de Sánchez. ¿Por qué? Porque son lo mismo: dos caras de una misma moneda enferma de sectarismo, soberbia e impunidad.

El problema no es el pasado, es el presente.

A estas alturas, Zapatero debería estar en su casa, callado, reflexionando sobre el daño que hizo. Pero no: sale a la televisión, a foros internacionales, a dar lecciones de moral, a defender dictaduras como la venezolana o a decirnos que los españoles debemos "comprender" a quienes quieren romper el país.

No es un expresidente, es un activista con pasado institucional. Y lo peor es que sigue teniendo peso en el PSOE, influye en las decisiones y justifica todo lo injustificable con una sonrisa meliflua y una retórica barata que insultan la inteligencia.

Zapatero no es historia. Es el problema. España no se recuperará del todo mientras figuras como él sigan marcando el rumbo. Porque lo suyo no fue un error puntual, ni una mala gestión. Fue -y sigue siendo- una visión del poder corrosiva, basada en el desprecio al adversario, el uso del Estado como arma ideológica y el culto al líder a cualquier precio.

Zapatero fue el principio del declive. Sánchez es su continuación.

Y España, mientras tanto, paga la factura.

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